Mi hijo Pablo, que tiene ahora cinco años, al marcharnos de casa
de sus abuelos, decidió pedir tiempo, para como dice él: "una cosa".
Mis padres viven en el Ampurdá y nos preparábamos para volver a
Barcelona en tren, después de pasar unos días en su casa, por navidad. Un pequeño patio separa la puerta de entrada, un patio cubierto de cientos de piedras redondas con un aspecto, tamaño
y color parecidos.
"Un momento, una cosa", repetía Pablo, parado en mitad
del trajín de bolsas y muchilas, ajeno a nuestra prisa, mientras recogía de entre todas, una sola
piedra y con extraordinaria delicadeza la colocaba en el bolsillo de su abrigo
negro.
Durante el viaje, muy serio, comprobaba cada tanto que la piedra
seguía en su sitio y aprovechaba para observarla, para mirar como era. Que
muescas, que rallas, que manchas, que características únicas contenía.
Después cerraba la mano, me miraba levantándola y antes de guardársela
otra vez me decía:
"Pesa papá, esta piedra pesa"
Pero más que el peso, yo entendía en su expresión, o quería
entender que: "Esta piedra es real, esta piedra tiene presencia, cuerpo,
sombra, y además guarda dentro la noche de fin de año, todos los dibujos que
hicimos esos días, el pastel con forma de tren que preparó el abuelo, la luz, el sonido del viento, los
abrazos, los besos y por supuesto los regalos del día de reyes.
Su mano extendida, era, ahora mismo, mientras el tren nos
alejaba de todas esas experiencias, una colección de fotografías encerradas en
un solo gesto.
Al llegar a casa preparamos material y decidimos seguir mirándola
y dibujarla, por supuesto.
Rafa Castañer, dibujo del natural.
Pablo Castañer, dibujo del natural.